Los estudiantes reducidos a simples copistas

Una de las mentiras más grandes que la educación sostiene hoy en día es el transformar a los estudiantes en meros amanuenses. ¿Qué objetivo tiene que un profesor se pase la clase completa dictando mientras los alumnos se afanan por recoger todas las palabras que salen por su boca? ¿Quizás esto suponga algún progreso para el alumno en la materia? La respuesta se llama mentira. Se llama producir alumnos que pierden el tiempo copiando mecánicamente algo que muchas veces ni saben de qué trata. Se llama cortina de humo, una ilusión para rellenar el contenido de la clase con algo de supuesta valía, para que así todo el mundo pueda decir que allí se ha dado una clase cuando realmente un “maestro” ha repetido unas palabras que luego unos infortunados alumnos tratarán mecánicamente de repetir para poder salvar sus calificaciones.
Desde luego todo esto dista mucho de lo que Ortega y Gasset llamaba recibir una clase. Una clase para él era algo de lo que no se salía igual que se había entrado, cosa que el sistema educativo no hace. O mejor dicho, sí que hace pero en sentido inverso. Con esta y otras tácticas consigue anquilosar la creatividad de los incautos alumnos para que se limiten a reproducir los contenidos sin haberlos interiorizado. Crea “robots” que son válidos para ser incorporados a la sociedad porque repiten lo que la autoridad les dicta.
¿Qué motivaciones hay para que esto exista y se mantenga? La más cercana es la mediocridad de la inmensa mayoría del profesorado. Es mucho más fácil repetir un texto mecánicamente (a veces incluso simplemente leyéndolo) basándose en el argumento de autoridad que optar por otras tácticas docentes que sean más creativas y estimulantes. Un diálogo podría menoscabar la autoridad del profesor si, por ejemplo, no sabe salir adecuadamente de una situación que le pueda resultar incómoda.
Tengo que hacer un paréntesis aquí para detenerme en un vicio común y miserable del profesorado universitario, y es el dar como texto de la materia un libro escrito por el propio profesor. Primeramente podría pensarse en lo bueno que tiene, ya que así ya no es necesario pasarse nueve meses copiando como un condenado lo que el profesor de turno dicta para que unas docenas o centenas de alumnos puedan manuscribir esas santas palabras. Pues no, nada más lejos de la realidad. Lo que la experiencia me ha dicho es que generalmente el profesor que obliga a sus alumnos a tener su libro como materia de texto sigue dictando en clase sus palabras, que serán copiadas por sus sufridos alumnos. Y, sobre todo, no olvidemos la vileza que supone ofrecer el propio libro como materia de texto. Primero porque se obliga a los alumnos de una enseñanza pública a pagar dinero por algo que beneficia directamente a los intereses particulares del profesor de turno. ¿Qué sería del libro que prácticamente no interesa a nadie sin una tirada de doscientos o más ejemplares anuales que los alumnos se ven obligados a comprar?; segundo, y de lo más importante, porque es usar una posición de poder (en este caso la de profesor) para el propio beneficio; y tercero el ego, “¡Que gran placer ver como ese minúsculo libro, que es lo más importante para su autor, es difundido como semillitas maravillosas!”. “Todos me leen, todos me hacen caso, se me valora, etc…”. Es tan tentador ver el nombre propio “en letras de oro”, hay tanto en juego con eso… Seguro que se podría sacar más miseria pero es como escarbar en una manzana podrida, a estas alturas prefiero tirarla sin mirar si hay más gusanos porque sé que no la voy a comer.
Cerrado este paréntesis podemos pasar a alguna de las razones sociales para que la enseñanza sea mantenida así. Para empezar a la sociedad le va bien tener individuos que no piensan demasiado y se limitan a producir (en este caso estudiar) para medrar individualmente. La sociedad necesita, entre otras cosas, individuos consumistas que busquen su propio beneficio. Literalmente se paralizaría la economía si todo el mundo se dedicase a reflexionar en lugar de, por ejemplo, comprarse un coche nuevo. Deben encontrar la satisfacción individual en el consumo y no en lo que aprenden. El sistema necesita que se consuma para mantenerse en movimiento y además se defiende encargándose de amparar lo que justifica sus premisas. No importa que lo que hayas memorizado no sirva para cambiar tu vida o hacerte mejorar, importa porque las calificaciones te darán un reconocimiento de cara al resto de la sociedad y eso te dará la tranquilidad necesaria para creer que todo lo memorizado te sirve para algo ya que te sentirás aceptado por los demás. Parecería que todos quedan contentos, el problema es que es una mentira.

1 comentarios:

Naïma dijo...

Hace unos días estaba hablando con alguien y le comentaba exactamente lo mismo, pero es que calcado. Parece mentira. A mí la carrera me sirvió para ser una buena taquígrafa, todo lo demás lo tuve que aprender por mi cuenta o enfrentarme a mi ignorancia cuando tuve mi primer trabajo. Lo del libro de los profesores era tambien así: todos con el libro con el careto del profesor en la mesa y tomando apuntes como posesos. Algunos incluso los dictaban, como en primaria.
Luego se impuso otra moda increíble que consistía en comprar los apuntes impresos en la fotocopiadora. te gastabas una pasta, pero ya ni siquiera era preciso aparecer por clase. Imagino que ahora ya no se hace así: los papás se han quejado: ¿Cómo? ¡Con la pasta que nos ha costado la matrícula y ni siquiera pasáis lista! Y es que los chavales tienen que estar en la uni entretenidos copiando tonterías, no vaya a ser que se pongan a fumar porros u hacer botellón por ahí.
Fernando Savater fue el único profesor que tuve que impartía clase al estilo tradicional, es decir de ese modo que describe Ortega. Es una pena que últimamente parezca haber perdido el juicio. El tiempo hace estragos...
Me parece muy interesante tu artículo y debería servir de reflexión para el profesorado universitario. Claro que la degeneración de la Universidad no es responsabilidad exclusiva suya ni pueden ellos tampoco hacer nada por evitarla. Es una imposición desde arriba, como lo confirma el Plan Bolonia.
La Universidad ya no es un centro de saber. De momento los centros de saber son las bibliotecas públicas e internet. Y cuando éstos desaparezcan o degeneren como la Universidad, cosa que no creo que tarde mucho en ocurrir, entonces volveremos a estar en plena Edad Media y cada uno, contracorriente y de modo autodidacta, tendrá que alimentarse con los residuos de la desaparecida cultura humanista de la Edad Moderna.
Saludos

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