Las polaridades entre los sexos y su destrucción

En la actualidad las polaridades masculina y femenina tristemente tienden a perderse cada vez más. Aunque me referiré principalmente a la relación heterosexual de pareja (y lo que se deriva de ella) querría evitar suspicacias resaltando la obviedad de que la relación heterosexual no es el único tipo de relación de pareja posible, aunque parece que, especialmente en épocas recientes, ha sido la más frecuente.
Si digo que las polaridades entre sexos tienden a perderse parto de que hay unas diferencias obvias y que además en este tipo de relación son necesarias. Que aparezcan gustos o preferencias sexuales claramente andróginas es una de las señales que delatan este deterioro.
El deterioro está en buena parte originado por la cosificación que ejerce la sociedad sobre sus individuos. Dado que el desarrollo personal pone en peligro la cohesión del sistema al amenazar su status, éste se defiende nivelando a sus individuos. Esta cosificación se puede hacer por muchos caminos, siendo la mayoría de ellos transmitidos veladamente.
Si, por ejemplo, hablamos de que un vaso nos costó un euro y luego nos referimos a un jarrón que costó treinta euros mencionándolo, como se suele hacer habitualmente, de forma exclusiva en términos económicos (por ejemplo, “el vaso vale un euro”), lo que hacemos es dar a entender implícitamente que el jarrón vale treinta veces más que el vaso y, por lo tanto, importa más que no se rompa el jarrón que el vaso salga indemne. La cosificación se da aquí mediante el lenguaje a través de términos económicos. Se anulan otras percepciones del objeto (estética, como bello, emotiva, como recuerdo, etc…) en beneficio de una cifra que parece describir y cuantificar su verdadero valor.
Volviendo a las polaridades heterosexuales en los sexos podemos tomar un punto de referencia en lo que deberían de ser genuinamente para comprender el punto hasta el que se han deteriorado.
Si una pareja se basa en un mínimo de afinidad podremos suponer que las reacciones que mujer y hombre han tenido ante estímulos similares que hayan sido fundamentales para conformar su carácter han debido de ser necesariamente distintas. También a la vez deben de ser complementarias y equitativas en valor. Delimitar completamente las características es algo complejo. Además sólo suponen unas tendencias y pueden verse rasgos femeninos en el carácter masculino y viceversa. Las mujeres han mostrado más capacidad para lo que se podría llamar “receptividad productiva”. Pueden “encarnar” con mucha más facilidad lo que se necesita representar. Mientras que el hombre está mucho más limitado en esta capacidad y, si necesita expresar algo de su interior, es más fácil que encuentre una solución en una construcción (artística, intelectual, o del tipo que sea). Este es el motivo de que, en una percepción heterosexual, haya musas y los “musos” sean los menos. Suelo decir que las mujeres son las grandes olvidadas de la historia de la humanidad. Si un hombre que hubiese vivido hace muchos siglos pudo escribir algo que en alguna medida lo represente quizás tuvo la suerte de que sus manuscritos llegasen de alguna manera hasta la actualidad, de que no se perdiese esos anhelos que ahí dejó. En cambio, las mujeres, merced a esta mayor capacidad para encarnar los valores, casi nunca han sido recompensadas mediante un camino en el que estas valías no quedasen en el olvido. En las últimas épocas puede haber la fortuna de que una fotografía, una grabación videográfica (o de cualquier otro tipo) guarde de alguna forma algo de eso que está ahí encarnado. Antiguamente, en cambio, el margen era mucho más estrecho, reduciéndose muchas veces únicamente a la visión que otra persona tenía de la mujer de turno (una pintura, escultura, etc,…).
Volviendo al tema de describir lo que representa la verdadera polaridad, uno de los hilos que entonces se pueden seguir es el de mujer/encarnación y hombre/desarrollo. Si la parte masculina tiene la capacidad de desarrollar la femenina tiene la capacidad de recibir, con lo que en esta dirección parece correcto el ciclo. Pero falta el lado masculino. ¿Para qué puede necesitar el lado masculino al femenino si ya puede hacer los desarrollos por sí mismo?. Suelo utilizar la imagen del faro y el marinero. Si un marinero está perdido en el mar no puede encontrar la costa a no ser que algo lo guíe. Aquí es donde entra en juego el faro, o lo que es lo mismo la figura femenina. Porque el faro puede iluminar al marinero para que tenga un rumbo, un destino al que dirigirse. Este sería también uno de los significados fundamentales de lo que son las musas. Porque las musas, al poder encarnar, inspiran, hacen que brote lo que está en la mente del artista que no podría salir de otra forma.
Si las personas no se han podido desarrollar humanamente tampoco lo han podido hacer en relación a su género. Y si no hay desarrollo en cuanto a género tampoco hay posibilidad de profundizar en una relación. El amor es una percepción estética que para empezar se basa en la diferencia. No se ama lo que ya se es, amar implica desear y esta emoción desaparece en cuanto el deseo languidece.
Ortega y Gasset describió en sus “Estudios sobre el amor” el modo en que la mayoría de las personas pasan por la vida sin conocer verdaderamente el significado de amar, porque amar, al igual que el resto de percepciones estéticas, no está al alcance de todo el mundo ni en todos los momentos. Y, aunque también es una cuestión de capacidades, es sobre todo una cuestión de actitudes. Si la actitud que hemos tenido a lo largo de nuestra vida ha sido, por ejemplo, la de conformarnos, ¿cómo puede esperarse que nazca en nosotros el amor si éste es hijo del deseo?. Sin embargo la mayoría de la gente opta por la seguridad del conformismo y como no pueden asimilar que sus vidas puedan transcurrir sin algo tan básico como el amor, denominan con esta palabra cualquier relación que aparente parecerse. Un vago afecto, una atracción sexual,… Además parece estar socialmente reconocida una supuesta capacidad innata de amar que afecta a todos los seres humanos por igual y que parece tener como único inconveniente el encontrar a la persona adecuada sobre la que volcar este amor innato que tenemos concedido por no se sabe que misterioso motivo. Aquí se pone de manifiesto la forma en que la sociedad desvía la atención sobre lo que es el amor queriendo hacer ver que el único problema es encontrar la persona a la que poder amar, cuando en realidad (y sin despreciar tampoco la anterior) el verdadero problema es tener la capacidad de amar, de desear.
Desear, en cuanto a motor del espíritu humano, es algo que tampoco le interesa promover a la sociedad. El deseo que admite es el que parece ser motor del sistema capitalista que, aunque la mayoría de las veces no se quiera confesar, no es otro que la codicia vinculada a medrar personalmente. Pero la codicia no es un motor del espíritu humano como lo es el amor y, por lo tanto, como no es un verdadero deseo no permite que nazca amor dentro de ella. La codicia busca mirar por el lucro de uno mismo, mientras que el amor nos une a lo que es externo a nosotros. Amar es una emoción que implica pensar más en el otro que en uno mismo porque nuestros anhelos ya no están en nosotros, sino en el otro. Precisamente la capacidad de volcarnos fuera de nosotros mismos es una de las características de la madurez humana que, como está descrito en psicología, mientras en sus etapas infantiles se ve obligada a tener un alto grado de narcisismo para sobrevivir, éste debe posteriormente de ir disminuyendo conforme vamos creciendo en madurez y en edad cronológica. Si el narcisismo permanece con el paso del tiempo acaba siendo un claro indicio de que nuestra madurez como persona no ha llegado.

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