Las limitaciones del conocimiento científico

La sobrevaloración del conocimiento científico es un hecho tan habitual en la actualidad que ya se concibe como algo normal o fijo. Se ha supuesto que la ciencia es un maná que puede proveer de todas las necesidades a las que puede aspirar un ser humano. Uno de los principales motivos es que la ciencia suele tener una aplicación práctica casi inmediata. De hecho buena parte de las investigaciones que se hacen en ese sector se hacen con esa finalidad, dejando en un segundo plano el conocimiento de la ciencia en sí misma. Estas aplicaciones prácticas son bien recibidas por la sociedad materialista occidental ya que concuerdan con la finalidad que propone. A causa de motivaciones similares a ésta la ciencia termina sobredimensionada invadiendo campos y competencias que no le corresponden.
Lo que comienza delatando las limitaciones de la ciencia es que no puede fundamentarse a sí misma porque parte de axiomas que no puede demostrar. En cierto sentido la creencia en la validez de estos axiomas no está tan lejana a la creencia religiosa en cuanto se piensa que puede ser cierto algo que no es comprobable. Por ejemplo, uno de los presupuestos básicos de las ciencias es el principio de no contradicción. Es decir, algo no puede ser una cosa y su contrario a la vez, o lo uno o lo otro. En este sentido presupuestos como estos constituyen el eje sobre el que se desarrollarán el resto de teorías científicas. Se podría ilustrar mediante la figura de un triángulo. En uno de sus ángulos estarían este tipo de axiomas no demostrados y ampliando las consecuencias que éstos implican se van construyendo sus desarrollos y, a la vez, ensanchando el campo que éstos abarcan. Lo que sucede es que el campo siempre será limitado y el ángulo en el que se encuentran los axiomas jamás podrá ocupar los 360 grados que significaría la visión completa de toda la realidad. Es más, hasta consideraría generosa esta ilustración del triángulo porque permitiría alcanzar hasta un ángulo de 179 grados (casi la mitad de la realidad), lo que, a mi modo de ver, no creo que llegue a abarcar la ciencia jamás.
Los presupuestos científicos no son más que el establecimiento de reglas dentro de algo más amplio, inabarcable, y para nada homogéneo, al que pretendí referirme como “la realidad”. Hay culturas en las que no rige el principio de no contradicción y ello no les supone ningún trauma, simplemente parten de unas premisas distintas y llegan a través de caminos distintos a conclusiones distintas. La justificación última del principio de no contradicción, al igual que el resto de principios que sustentan las ciencias, proviene principalmente de la utilidad práctica, con lo que el valor parece encontrase en el fin y no en el origen. El absurdo queda fácilmente delatado. La misma ciencia comienza a ver que no puede hacer pie firme cuando pretende avanzar y esto le sucede cada vez más frecuentemente porque, prosiguiendo con la ilustración de la figura del triángulo, en la época contemporánea se tiende a intentar el desplazamiento hacia “los lados”, en lugar de hacia “delante". Naturalmente si caminamos a derecha o izquierda es mucho más fácil que nos topemos con los dos bordes que trazan esos límites del triángulo y, traspasada la circunscripción de la ciencia, caeremos en el absurdo. Y digo absurdo porque la pretensión es la de seguir asimilando mediante el paradigma científico lo que ya no puede contemplarse desde ese campo.
El lugar natural de la ciencia ha quedado desplazado debido a que se la ha maximizado. Se han seguido obviando sus orígenes y se ha pretendido convertirla en omnipotente. Se espera de ella que resuelva los problemas existenciales, por ejemplo pensando que puede comprenderse a sí misma o que puede comprender lo que es la existencia simplemente retrotrayéndose hasta el big-bang. Pero antes del big-bang, ¿qué había? Eso es algo que no puede alcanzar la ciencia. Todavía no ha resuelto por qué ha partido de unos axiomas y no de otros. El Frankenstein de Mary Shelley es un buen ejemplo del delirio de omnipotencia que la ciencia arrastra cuando pretende valerse por sí misma.
Una de las consecuencias más tristes de esta invasión de la ciencia hacia campos que no le corresponden es su justificación ideológica. Se pretende crear sistemas de pensamiento sobre el orgullo del conocimiento científico. Por este camino comenzamos ya errados. Por eso decía que desde esta perspectiva la ciencia se asemeja vagamente a la religión. Ha elevado su capacidad a la categoría de mito, de la misma manera que se puede maximizar a la capacidad de la razón. Por el contrario el conocimiento es informe y sigue más caminos que el que la ciencia puede contemplar.
No es sólo que se encuentre lo que se espere ver, es que además la historia de la ciencia está llena de “encuentros azarosos”. Se busca algo en concreto y se termina hallando otra cosa distinta. Esta repetida anécdota es otro pequeño detalle más que vuelve a recordar lo impredecible del conocimiento incluso cuando se quieren estrechar los márgenes.

5 comentarios:

Ricardo dijo...

Claro. La expansión de la razón instrumental ha cosificado todo elemento que se ha encontrado por su camino anulando la pluralidad de dimensiones y deformando el medio hasta convertirlos en un fin. Por este motivo nos vemos avocados a ser esclavos de nuestras propias herramientas al tiempo que, sorprendentemente, la razón instrumental se constituye en su propia razón de ser sin admitir más cuestionamientos (esta inconsciencia que tú mencionas). Lógicamente, y como consecuencia de este proceso, se termina por desplazar el objeto de cada disciplina a la vez que se reduce el margen de lo que es capaz de tratar. No sólo lo que escapa a la razón (arte, religión,..) queda dañado, también la propia razón que debe de reducirse a unos mínimos de “consecuencia lógica”.

Por supuesto en ningún momento se pretende censurar la ciencia, simplemente es cuestión de delimitar sus funciones. En estos momentos la ciencia ha usurpado el papel de la metafísica y de la religión pretendiendo hacerse omnisciente y omnipotente. Por eso decía que se posiciona como un mito más y en este sentido no se hace distinta a otros mitos repudiados por los propios científicos. Teniendo en cuenta que en último término es indemostrable tanto el ateísmo como el teísmo, pretender justificar una postura atea a base de cimentarse en la ciencia no deja de ser algo así como tener fe en un zapato. Cuando menos mejor creer en algo que nos dé pie a ello.

Un saludo.

Carlos Suchowolski dijo...

Supongo que leisteis en todo (mucho tal vez) o en parte de mis 8 entradas que empezaron en
http://unanuevaconciencia.blogspot.com/2009/11/una-lanza-rota-por-el-pensamiento.html
sobre el tema. El alegato va justo contra la fé que manifieta Anónimo. Un saludo.

Anonymous dijo...

"¿Qué sujetos de experiencia, qué formas de conocimiento queréis eliminar cuando decís "Soy un científico, hago ciencia"?" Foucault

En efecto, hoy el término ciencia se ha investido de la tradicional faz del Dios platónico-cristiano. Cuando se dice Ciencia se quiere decir hoy "Lo verdadero, lo bueno y lo bello". CIencia (y tecnología, muy a menudo usados como sinónimos) son términos que hoy emplea el poder para justificar acciones educativas, políticas, universitarias. Basta ver los informes de Bolonia o Pisa. O, mejor aun, las leyes del B.O.E. de los últimos años.

El problema es que, además, se le está dando una importancia inusitada a autores como Mario Bunge, premio Príncipe de Asturias. Éste considera que todos los filósofos desde Kant son meros charlatanes y que la verdad se encuentra en la ciencia. Demostrando no saber nada de humanidades, ni de interpretaciones, cree que Heidegger es un charlatán cuyas frases no tienen sentido. Dice también que Freud y Lacan son para gente inculta que no tienen nada más que repetir las mentiras qeu aquellos dijeron. Además, dice que el rock no es música. Que el siglo XX se ha cargado la música al eliminar una música más científica, que era la de Mozart o Beethoven.

Este hombre no es sino uno más entre muchos.Así estamos. Al final, Orwell o Huxley van a acabar tener razón. Y, ¡ojo! no tengo nada contra la Ciencia, es un método de conocimiento necesario, siempre y cuando esté insertado en un fin humano, responsable y enriquecedor. Pero cuando se pervierte, tergiversa, pseudo-diviniza o se convierte en la única vía de conocimiento verdadero, se convierte, como la religión antaño, en un gran peligro.

Valentín Serrano

Anónimo dijo...

cuales son las limitaciones del conocimiento de la ciencia?

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO dijo...

Llevas mucha razón. En gran medida, el problema es muy viejo: ¿puede ser la ciencia absolutamente primera? ¿la ciencia es independiente de la experiencia a la que está expuesta y la que le da la materia sin la que su forma está vacía?

No hace falta construir argumentos sofisticados para criticar la ciencia filosóficamente. Sin ir más lejos, es el principal cometido de la filosofía de la ciencia. La ciencia no tiene de suyo su cuestionamiento; urge, pues, la idea de sí que le falta.

Hay que distinguir, sin embargo, a personajes como Mario Bunge de pensadores como Popper. Bunge representa a la perfección todos los males que urgen filosofía. Según sus ideas, la ciencia es garantía del progreso. Popper, por el contrario, pone en cuestión toda idea; requiere someterla a crítica por muchas presuntas bondades que la idea parezca tener.

Una de las consecuencias más aparatosas de la ciencia ha sido el éxito de su socialización. La ciencia ha sido integrada en la sociedad como una ideología bien a la vista de un ojo con mínima sensibilidad sociológica. Esa sensibilidad, por cierto, no es propia de la ciencia; la garantía de la finalidad social de la ciencia es, con cierta frecuencia, una paradoja perversa de la misma, la evidencia de que la ciencia no tiene sentido por sí.

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